El jueves pasado por la
tarde alguien me montó una escenita en un bar. Y al final del
exabrupto se levantó y me dejó con la palabra en la boca y encima
me pagó la caña. Pues ya ves, pensé yo, escenitas a mí.
Y desde entonces no he
querido saber nada más de esa persona, ya sé, ya sé, son años de
relación, pero no me gusta que nadie, nadie, me deje con la palabra
en la boca, y mucho menos que me monte una escena. Seguramente nadie
se dio cuenta en el bar de lo que estaba pasando, y probablemente esa
persona tiene algo de razón, pero para mí la perdió en el momento
en que no supo escuchar mi argumento y se largó.
Me dan mucha vergüenza
las muestras de sentimientos en público, de cualquier tipo de
sentimientos, soy muy pudorosa con todo eso, y la ira es también un
sentimiento que no puedo mostrar. Por eso, cuando se marchó, me
encendí un cigarro tranquilamente, me lo fumé, acabé mi caña, y
luego me levanté y me fui. Estaba furiosa, pero por nada del mundo
lo mostraría en público, y lo que es más, esa persona nunca lo
sabrá, porque ha sido eliminada de mi vida de golpe.
No soporto la falta de
autocontrol, y sobre todo, no soporto que nadie me deje con la
palabra en la boca. No creo que haya nada que no se pueda hablar, ni
puntos de vista que en algún momento no se puedan acercar. Creo en
el diálogo, y aunque algo no tenga solución, por lo menos creo
siempre en una forma civilizada de terminar las cosas.
Ya ves, escenitas a mí,
pues tú te lo has ganado, chato.