Escuchar ciertas
canciones me sirve muchas veces para recordar ciertos momentos de mi
vida, épocas pasadas que a veces me gusta recordar, y otras veces no
tanto.
Hoy he escuchado un par
de canciones que me traen muy buenos recuerdos, y que me traen a
gente de vuelta que hace mucho tiempo que no está en mi vida.
“Losing my religion”
de REM, me trae a la mente las noches de mi época universitaria, en
el Tarasca, aquellas largas noches de juerga y alcohol que nunca
volveré a disfrutar, porque ya no soy aquella estudiante
veinteañera, y no volveré a serlo más.
Y “The Whole of the
Moon” de Waterboys me lleva también a aquella época
universitaria, y, en concreto, me devuelve la mirada de la persona
más especial de mi vida en aquellos años, Manu, mi compañero de
facultad y de juergas, de salidas y de noches de estudio, mi pareja
de mus y mi taxista motorizado de las noches de vuelta a casa, mi
compañero de baile.
No puedo nunca evocar mis
años de estudiante sin él. Para mí la universidad fue él, la
facultad fue él. Él fue la Literatura Inglesa y la Norteamericana.
Mis apuntes eran suyos, sus trabajos míos, sus días mis días y los
dos hacíamos un equipo fantástico. Con él estudié a Joyce, a
Faulkner, leí por primera vez “The Wheel” de Yeats:
THROUGH
winter-time we call on spring,
And
through the spring on summer call,
And
when abounding hedges ring
Declare
that winter's best of all;
And
after that there's nothing good
Because
the spring-time has not come -
Nor
know that what disturbs our blood
Is
but its longing for the tomb.
Con él viajé a Holanda
y a Dublín, aprendí latín, bailé salsa a altas horas de la
madrugada, fui a conciertos al Crechas, vi por primera vez “Agenda
Oculta”, descubrí a Ken Loach, fumé tabaco de liar, jugué al mus
durante horas, hablé, hablé, hablé...
En aquel momento él
llegó a ser todos mis días, y yo le admiraba como no creo que
vuelva a admirar a nadie nunca. Era (y supongo que seguirá siendo)
el hombre más inteligente que conozco, el alma más pura, el mejor
amigo.
Y hace cien años que no
lo veo.
La última vez que le vi
estaba tocando el violín en Platerías. Tomamos algo juntos y
parecía que no había pasado el tiempo. Los dos tuvimos de nuevo 21
años, y todo seguía igual...
No sé qué será de él.
Supongo que seguirá con su violín en cualquier plaza. Siempre que
voy a Santiago y oigo un violín espero que sea él, pero nunca lo
es. Me imagino que seguirá igual que siempre, seguirá siendo aquel
espíritu libre que yo conocí, el hombre más inteligente.
Supongo que siempre será
así, él en su mundo y yo en el mío, y es difícil que nos volvamos
a cruzar. Pero siempre que escucho “The Whole of the Moon” le
recuerdo, porque, como entonces, yo seguiré imaginando el arco iris
y él lo tendrá en sus manos. Y a pesar de los años, siempre le
echaré de menos...