martes, 22 de marzo de 2011

Parole (y 3)


Fui saludando a todos y cada uno de los conocidos que en mi ruta me encontré, quitándome el sombrero con gran ceremonia y haciendo uso del gran don que me había sido concedido. Cada segundo nuevas palabras llegaban a mis labios,  y era capaz de emitir frases de gran opulencia verbal.
Prácticamente en una nube me fui acercando a la oficina, haciendo alarde de mi verborrea con todo aquel que me encontraba… De repente, en un portal anexo a mi lugar de trabajo, se encontraba sentado un hombre harapiento pidiendo limosna. Me pidió unas monedas, y yo me aproximé para informarme de sus cuitas y de cómo había llegado a ese estado.
El hombre respondió a todas mis preguntas, y ya cuando me iba, no pude resistir el impulso de contarle mi nueva adquisición, mi nueva riqueza, y decirle que el don de las palabras era el mayor don que se me había dado, y que si él fuera el dueño de todos esos vocablos, aún sin dinero, se sentiría rico.
El andrajoso abrió mucho los ojos, me miró fijamente y me dijo: “Muy señor mío, lo que le pasa a usted ¡es que es un pedante!”
Me quedé sin palabras. Se esfumaron. Todas.

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